Un librero viudo lleva a su hijo de diez años al “Cementerio de los Libros Olvidados”, una especie de mausoleo de libros, donde le encomienda la extraña labor de adoptar un libro, “asegurándose de que nunca desaparezca”.
El comienzo de la novela «La sombra del viento», del español Carlos Ruiz Zafón, promete una aventura literaria, envuelta en el misterio de las obras y los autores que nunca llegan al éxito de ventas. Deja en el aire una sombra de misterio que bien puede aludir al título, porque se sabe que detrás de la adopción de ese libro habrá otras historias y se percibe de trasfondo el ambiente enrarecido de una Barcelona al borde de la guerra civil española.
A partir de ahí, la novela se desenlaza a varios niveles a la par del desarrollo de aquel niño, Daniel Sempere. El misterio del libro que Daniel adopta --una novela casi extinta de un tal Julián Carax-- termina por embargarlo todo con su aire trágico.
Daniel, un adolescente inverosímil por su promiscuidad intelectual, se lanza a la búsqueda de Carax, que aparentemente desapareció de la faz de la tierra. Pronto descubre que así como él se propone salvar el libro, hay quien quiere deshacerse para siempre de él y cualquier rastro de su autor.
Es una novela de intriga literaria, que revela algo sobre el valor de la literatura. Condena, de paso, la crueldad humana.
“Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma,” le dice el padre de Daniel cuando lo lleva al peculiar cementerio. “El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.”
En tono de crítica, podría señalarse la propensión a los clichés del refranero popular, los personajes estereotípicos, las descripciones poco trabajadas y el abuso de los verbos sucesivos en muchas oraciones.
Podría señalarse también algunas irregularidades de trama e incluso de estructura -- como un gazapo muy notable en que una misiva contradice parte de la trama que se desarrollará más adelante.
La novela tiene sus faltas, pero destacarlas demasiado sería robarle sus virtudes: un ritmo excelente, un enlace de tramas que me pareció genial, la tensión constante, y toda la pasión que Ruiz Zafón derrochó en ella. A veces parece que hablara de algo que conoció muy de cerca.
Está además esa crítica punzante de la guerra y de la corrupción que surge cuando Ruiz Zafón hurga en la historia no tan remota de España:
“Nada alimenta el olvido como una guerra, Daniel. Todos callamos y se esfuerzan en convencernos de lo que hemos visto, lo que hemos hecho, lo que hemos aprendido de nosotros mismos y de los demás, es una ilusión, una pesadilla pasajera. Las guerras no tienen memoria y nadie se atreve a comprenderlas hasta que ya no quedan voces para contar lo que pasó, hasta que llega el momento en que no se las reconoce y regresan, con otra cara y otro nombre, a devorar lo que dejaron atrás”.
Una lectura más personal es que, desde este otro hemisferio americano, sentí una conexión verdadera a España en la lectura de «La sombra del viento». Como tataranieto de la vieja Iberia, encontré que decimos las mismas cosas; que arrastramos los mismos fantasmas; que, para bien y para mal, somos los mismos de siempre.
En última instancia hay otro asunto importante. Esta novela gusta. Es un éxito. En la obra, el personaje principal tiene el cometido de salvar una novela, y tal vez hay algo similar en el logro de este autor: rescatar a fuerza de tramas a la novela española de su aparente abandono.