En los momentos difíciles mucha gente recurre a la oración, pero yo me refugio en la poesía. Es una práctica que adopté de casualidad por haberme cruzado más de una vez con algún verso que en ese momento correspondía a alguna inquietud que me agitaba.
No sé cuando lo empecé a notar porque mi lectura de versos es mínima en comparación al tiempo dedicado a otros géneros, pero puedo decir que las palabras precisas de algún verso me han caído como un baño de agua fresca en lugares inesperados, caminando tal vez por una estación del subterráneo de Nueva York y encontrándome con uno de esos cárteles de la campaña de "poesía en movimiento" que hace un par de décadas inició alguna persona genial dentro de la autoridad de tránsito.
Como estos versos de la estadounidense Tracy K. Smith, una poeta a la que hasta ese momento desconocía, pero cuyas palabras aparecían en el dorso de una MetroCard (la tarjeta que usan los neoyorquinos para pagar la tarifa de entrada a los trenes), y que yo mal traduzco aquí:
Cuando algunas gentes hablan de dinero
Hablan como si éste fuera un amante misterioso
Que salió a comprar leche y nunca
Regresó, y me hacen sentir nostalgia
De los años en que yo vivía de pan y café,
Hambrienta todo el tiempo, caminando a trabajar en días de pago
Como una mujer viajando hacia el agua
Desde una villa sin pozo, viviendo entonces
Una o dos noches como todos los demás
De pollo rostizado y vino tinto.
Y ya ven, con esas oraciones -- muy distintas de las plegarias serviles de la fe -- se transforma un momento cualquiera en otro instante, donde uno ya no anda solo por la vida, sino que se reconoce en las palabras de otros, y en lo que éstas contienen.